lunes, 17 de diciembre de 2007

Me libro del libro*



El profesor y escritor Luis Vega ha tenido la deferencia de solicitarme unas palabras para ser leídas en el liceo Yobilo A -82 con motivo de la celebración del día mundial del libro. Habiendo venido al mundo muy cerca, en la ribera sur del Bio-Bío, camino a Santa Juana, aunque nomás sea ahora vía estas palabras, aquí [allí] en Coronel me siento pues casi en casa.

Si a estas palabras las habré llamado de entrada Me libro del libro no es para provocar a nadie en el día del libro, muy menos a los libreros, bibliotecarios, y, en general, a todos quienes viven con y gracias al libro, sino para recordar brevemente dos o tres cosas tan pertinentes como impertinentes (impertinentes para quienes idealizan y/o cosifican al libro, pertinentes para quienes, con el libro, se liberan de idealizaciones y de otras adicciones culturales...).

[Del fin del libro] Desde hace tiempo oímos decir que el libro está en crisis, que la gente ya no lee libros como antes, y que especialmente los y las jóvenes, salvo contadas excepciones, no están ni allú con el libro... (“allú”, entre paréntesis, es una palabra que ese gran libro que es el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, en rigor, lengua castellana, aún no ha incorporado, pero ello, por supuesto, no impide que nos dejemos hablar con ella; ‘dejarse hablar por una palabra’ o una frase, he ahí otra expresión que tal vez suene extraña, pero, de veras, la mayor parte de las veces dejamos venir las palabras hasta nosotros antes que nosotros decidamos ir a buscarlas, al diccionario, por ejemplo, u a otro acopio). Decía: ante la irrupción de la radio y de la televisión a inicios y mediados del siglo XX, y más recientemente del internet y, en general, de lo que habitualmente llamamos tecnologías de transmisión de información, el libro, eso que aún conocemos como el libro, pareciera estar francamente en retirada sino llegando a su término.

[Del libro del fin] El relato del fin del libro (pues es un relato, un diagnóstico narrativo de lo que estaría sucediendo ante nuestros ojos) converge a menudo con el relato del libro del fin. ¿El libro del fin? Hay, desde ya, varios libros, varios libros del fin. De un libro del fin de la Historia se ha hablado mucho recientemente, la mayor de las veces con torpeza, aunque se trate de un relato de veras tramado por los filósofos locos (racionales) del siglo XIX. Del fin de los tiempos, en contraste, se viene hablando desde hace mucho más tiempo. El libro del Apocalipsis, el último del Nuevo Testamento, y por lo tanto, para el Occidente cristiano, el último libro de la Biblia, el Libro acaso por antonomasia (la palabra Biblia proviene del griego ‘biblos’, hojas de papiro con que se hacían los libros, o, más bien, los rollos donde se escribía entonces), el Apocalipsis, digo, es, como algunos de ustedes saben, un relato anticipado del fin de los tiempos. Y como para muchos el libro es sinónimo de civilización y de cultura, imagínense el espectáculo apocalíptico que enfrentamos si esto de veras son así las cosas – esto es: que hoy, a diferencia del tiempo de nuestros padres o de nuestros abuelos, nadie, o casi nadie, lee libros; en otras palabras: que quienes sí hoy leemos libros perteneceríamos a algo así como a una especie en extinción.

[Delfín del libro: la interminable lectoescritura] Quienes hacen al libro es sinónimo de civilización y de cultura, así sin más, dicho en buen romance: meten la pata. Desde que eso que llamamos ser humano (el homo sapiens) viniera al mundo han pasado cientos de miles de años y sólo en una ínfima porción de ellos habrá contado con libros – y no por ellos vamos a decir que sin libros habrá carecido de cultura, a menos de tener la arrogancia de suponer que sólo con los libros comienza la civilización y la cultura. De hecho este tipo de suposición habrá operado hasta no hace mucho tiempo. Cuando los primeros europeos llegaron a lo que hoy conocemos como el continente americano, uno de los argumentos que se dieron para legitimar la conquista fue que era su deber civilizar a los indígenas americanos pues estos carecían de escritura y de libros, esto es, a sus ojos, de cultura. Pero ahora entendemos que tal diagnóstico era sólo fruto del narcisimo y arrogancia eurocéntrica.. No sólo diversos grupos indoamericanos tenían “libros” (los códices aztecas y mayas, por ejemplo) sino que todos tenían diversas formas de escritura y de lectura. Pues no hay pueblos sin lectoescritura, a menos de querer identificar como única forma de escritura las inscripciones alfabéticas (fónicas) occidentales. Escribir, en sentido amplio, es dejar huellas, efectuar marcas en cualquier soporte, trazados al menos en parte legibles, significativos. Entre nuestro remotos antepasados que dejaban estapadas sus huellas en las cavernas y quienes inscriben señales que envían espacio exterior hay, por supuesto discontinuidades, pero también invisibles hilos comunes. Entre los textos visuales y auditivos que leemos o inscribimos hoy en internet y los relatos orales fugazmente inscritos en el aire de los fogones de nuestros milenarios antepasados hay mucho más en común, como prácticas de inscripción-y-lectura de lo que habitualmente se supone. De hecho, la primera huella humana que se conserva en todo el continente americano, la primera “escritura” en nuestro continente (probada científicamente como tal, con el método de carbono 14), está al sur de lo que hoy es Chile, cerca de Puerto Montt, y tiene 12 mil quinientos años de antigüedad. Habremos de comenzar a leerla: es, literalmente, una grandiosa metida de pata, una huella en el barro de un niño o una niña, la primera escritura americana. De ella me ocupo no poco en un conjunto de poemas (o de aguayos: urdiduras) en que ahora me encuentro abocado y cuyo nombre reitera el nombre del lugar donde tal huella barrosa y algo borrosa fuera trazada: Monteverde. Por demás, muy cerca de ustedes, a sólo unas cuadras del Liceo Yobilo, en el sector de La Obra, se halla el sitio con huellas humanas más tempranas de la región del Bío-Bío, y una de las más tempranas de Chile, con alrededor de 6.500 años. ¿No es un privilegio estudiar, aprender a leer, donde las más tempranas escrituras de la sureña comarca fueran marcadas?

En breve: me sumo, cómo no, con ustedes, a este nuevo día mundial del libro, entendiendo que lo importante no es tanto el libro en sí, el objeto o la forma libro (en constante proceso de transformación, por lo demás), sino las diversas formas de inscripción-y-de-lectura, sean éstas visuales (imágenes), sean auditivas, sean digitales o cerámicas, líticas o paleolíticas, informáticas u orales. En la historia de lo humano, la centralidad del Libro – de la que hoy interminablemente, pues, me libro -- habrá sido apenas un fugaz momento, y no siempre el más hospitalario.


andrés ajens, santiago, abril del 2007


[pasajes de Monteverde, lectoescritura en camino...]

alzando toldos junto a este estero

entre varios, con amarres

antes del nombre del agua escurriendo

y de fuegos y de hombres; ¿el nombre

(propio), antes que invención, a escoger,

advenimiento que tarda? ¿nombre,

dios, propio y hombre — fluyendo, confluyendo

por la misma comarca, misma

entreabierta punta de su trama? presagio

de nombres, antes de aguayos,

hundiendo estacas en el fango.





*
esto n’est-pas no es un libro

me libro del libro reitera esto

mordiéndose la cola

está mostrando sus dientes

para nada videntes

estancia de esto antes que eso

huella de estosaurio a la intemperie

con cueva: diucas, choroyes, peucos,

mastodonte (Gramaphotheres) al acecho (o lagar-

to é capaz de rexenerar as súas pérdidas)

esto no es un libro reitera esto

ni es seguro que sea (algo)

seguro contra esto tapoco hay

dicho esto: dicha

diciéndose decir (apuntar)

por ahora nomás esto


*
incendio en la cocina etnográfica

la cocina opera et non opera

en monteverde cuece

lenta descuece

amemorial cocina en llamas:

cenizas de antepueblos

restos de esto y de lo otro, huesos

de antellamas, lumas, lajas

en el loderío (a la “edad del barro”

sucede la antedad del prehumano)

que habiéndose estampado no dicen

salvo: alguien

a[qu/h]í metió la pata — paleo-

escriturafroasiáticamericana auto-

editada por turbas,

vegas, esteros, lluvias, turb-

eras?


(et non opera)



* El texto de Andrés Ajens fue presentado en el marco de la celebración del Día Mundial del Libro el día 23 de abril de 2007 en el Liceo Yobilo A -82 de Coronel, Octava región.

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